Según Fernández de los Rios, en 1834 no existian muchas tiendas en Madrid y las pocas que había consistían en pequeños locales familiares que, por supuesto, no tenían escaparates. La forma de atraer al público consistía en exponer los productos a la puerta o bien anunciados en una tablilla.
El escaparate apareció en Madrid en 1834 en dos tiendas que fueron las primeras en instalarlo: la perfumeria Diana, de la calle del Caballero de Gracia y la tienda de quincalla llamada La Combe, en el número 1 de la calle Montera, casa que fue derribada a mediados del siglo XIX con las obras de reforma de la Puerta del Sol.
Ambas copiaron los escaparates existentes en Paris y Londres. Con el tiempo el escaparate se fue imponiendo como forma de atraer al público y diez años más tarde, ya lo tenían todas las tiendas.
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