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miércoles, 23 de mayo de 2012

Exposición en el Museo Naval sobre las mujeres en la conquista de América



La presencia femenina en la aventura de la conquista y colonización de América es todavía hoy una cuestión prácticamente desconocida. Sin embargo, la mujer también ocupó puestos destacados en este  episodio de la Historia. Empresarias, religiosas, gobernadoras, virreinas y hasta una almirante, mujeres valientes que se enrolaron en la aventura de la conquista, y representaron la  tercera parte de los pasajeros rumbo a América entre 1560 y 1579.


El Museo Naval de Madrid acoge la exposición “No fueron solos. Mujeres en la conquista y colonización de América”, que aborda por primera vez la presencia y la participación activa de la mujer en la conformación del Nuevo Mundo, un tema al que, hasta ahora, se habían dedicado pocos estudios y exposiciones.

Esta muestra se divide en cuatro grandes apartados, en los que se recorre el proceso de conquista y la colonización en toda su magnitud, momentos históricos en los que influyeron las mujeres desde puestos destacados. Su papel fue crucial como pionera en el ámbito socio-económico y determinante en el asentamiento y el proceso de consolidación cultural de la naciente sociedad hispanoamericana.

Entre estos hechos, destacan la intervención de la reina Isabel la Católica para derribar el escepticismo de la Corte al viaje colombino; la difícil travesía a Indias y la inevitable colisión de dos mundos; o el mestizaje y el papel desempeñado por la mujer en la creación del tejido social y económico del Nuevo Mundo.

La muestra exhibe un centenar de piezas pertenecientes al patrimonio histórico de la Armada, y a otros museos estatales, privados y colecciones particulares.

Entre las piezas, destaca una rueca de madera de finales del siglo XVI, ya que el trabajo textil fue una de las tareas que marcó la vida diaria de muchas mujeres y que llevaban a cabo en el estrado, un lugar también dedicado a la tertulia, la lectura y la oración.

El mascarón de proa de la fragata Diana también se exhibirá en esta muestra, ya que, al igual que otras figuras, también representaba personajes femeninos de la mitología clásica, sirenas, diosas o amazonas, que los conquistadores fusionaban con la mujer nativa para configurar una imagen de mujer soñada, plasmada en cartas, relatos y crónicas.

A pesar de que la moda española llegó a las regiones de Ultramar, las mujeres indígenas conservaron sus propios atuendos, por lo que aquí también podrá verse una camisa femenina o huipil, que se convirtió en la prenda indígena por excelencia desde la época prehispánica hasta la actualidad.

Un estribo de plata femenino del siglo XVIII es uno de los ejemplos de expresión de la alta condición social de las criollas que, como clase dominante, se manifestaban en muchos aspectos de la vida cotidiana a través de la riqueza material, tanto en lo doméstico como en lo personal, así como en actividades recreativas como la equitación.

América no solo fue cosa de hombres. Pisando los talones de Colón se movilizaron un tropel de pioneras como Isabel Barreto, la única almiranta de Felipe II y aunque su nombre no dice nada, fue una aventurera a la altura de Magallanes y Orellana. Soñadora capaz de ajusticiar a un marinero desobediente y avisar a navegantes: “Señor, matadlo o hacedlo matar… y si no, lo haré yo con este machete”. Una de tantas mujeres que protagonizaron gestas épicas en el Nuevo Mundo y olvidos legendarios en el Viejo.

En 1595, tras enviudar, Isabel Barreto asumió el mando de la expedición que había partido de Perú en busca de las islas Salomón, donde ella y su marido, Álvaro de Mendaña y Neira, ubicaban Ophir, un reino de oro y piedras preciosas, otro Eldorado de los tantos de la época. Ni le intimidó la idea de cruzar el Pacífico ni le atemorizó hacerse cargo de una tripulación de héroes y villanos a partes iguales, que conspiraban para amotinarse cada dos por tres, que a la mínima amenazaban con beber en la calavera del prójimo, que malvivían a fuerza de agua con cucarachas podridas y tortitas amasadas con el mar.

Barreto se puso a la altura de aquellos marinos que navegaban con la muerte enrolada entre ellos. “Apenas había día que no echasen a la mar uno o dos cadáveres”, escribió Pedro Fernández de Quirós, piloto y cronista de la travesía. A él debemos esta descripción de su jefa: “De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando, sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila”. En su búsqueda de las Salomón se toparon con las desconocidas islas Marquesas, donde fondearon. No cabe duda de que Isabel Barreto desconocía el desaliento. Con7.000 millas náuticas a sus espaldas, el descontento de la tripulación soplándole en el cogote y un marido recién fallecido, ordenó zarpar hacia Filipinas. Pocos discutirían sus cargos (almiranta, gobernadora de Santa Cruz y adelantada de las islas de Poniente) cuando avistaron Manila. Allí se casaría con Fernando de Castro, al que contagió su arrebato y embarcó en otra enfebrecida travesía hacia las Salomón.

No fue Barreto la única protagonista de aquellos días de choque de civilizaciones. Las primeras fueron de la mano de Colón. En el tercer viaje del almirante (1497-1498) iban a bordo 30 mujeres a petición de los reyes Isabel y Fernando, entre 1509 y 1607 se han contabilizado, según la investigadora de la Universidad de Alicante Mar Langa Pizarro, 13.218 pasajeras. Emigraron muchas –el 36% de los inscritos–, y entre ellas, algunas poderosas. María de Toledo, nuera de Cristóbal Colón –se casó con su hijo Diego–, fue virreina de las Indias Occidentales entre 1515 y 1520, aunque no le concedieron el permiso para dirigir la Armada y colonizar tierra firme después de la muerte de su esposo. En menos de un siglo emigraron 13.218 mujeres de variada clase.

Una de las razones por las que se ha borrado la presencia femenina es malévola: “Para presentar a los españoles como una panda de piratas que solo buscan sexo y oro. Las mujeres humanizan el proceso”, expone Juan Francisco Maura, que achaca el silenciamiento al gran peso de la historiografía anglosajona para contar la aventura americana hispana. “En general presentan a los anglosajones como colonos, sin el matiz violento de la conquista, mientras que dibujan a los españoles como saqueadores y violadores que querían hacerse ricos”, contrasta. Desde luego, subraya, las pioneras en llegar a América no iban en el Mayflower en 1620. Hacía décadas que miles de españolas de todo pelaje habían recomenzado su vida al otro lado del océano. “Y no solo en un segundo plano como muchos quieren pensar, sino a la vanguardia de una sociedad naciente”, aclara Maura.

Hubo armadoras como la sevillana Francisca Ponce de León, que fleta su nao San Telmo a Santo Domingo 17 años después del descubrimiento; innovadoras como María Escobar, la primera en importar y cultivar trigo en América; empresarias como Mencía Ortiz, que funda una compañía para enviar mercancías a las Indias en 1549, o feroces conquistadoras como la extremeña Inés Suárez, que embarcó en 1537 como servidora de Pedro de Valdivia y acabó siendo su amante y guerreando contra los araucanos en Chile, a cuyos caciques (presos) decapitó sin contemplaciones.

El sueño transoceánico contagió a toda la población. Las solteras no se arredraron: fueron el 60% de las que emigraron. Ricas, pobres, religiosas, prostitutas o aventureras con certificado de buena conducta, imprescindible para viajar legalmente. Francisca Brava hizo las Américas sin dejar tierra firme. En un documento del Archivo de Indias se da cuenta de su negocio: “Quien quiera comprar una licencia para pasar a las Indias, váyase entre la puerta de San Juan y de Santiesteban, al camino que sale a Tudela, cabo de una puente de piedra, y allí pregunte por Francisca Brava, que allí se la venderá”.

Lo que las une a todas, según Carolina Aguado, comisaria de la exposición del Museo Naval de Madrid, son sus narices. “Eran mujeres de armas tomar. Abandonan un país en el siglo XVI y una sociedad donde la mujer era un cero a la izquierda y se meten en un barco cuando esos viajes eran terroríficos, con riesgo de pirateo y naufragio para llegar a una sociedad que no conocían”. A la comisaria le impresiona la peripecia de Mencía Calderón, que viaja con sus tres hijas y toma las riendas de la expedición al fallecer su marido, Juan de Sanabria: “Tardan seis años en llegar a Asunción, afrontan una tempestad, les atacan piratas y luego los indios tupis, ella pierde a una hija, y cuando en Brasil no les dejan volver a embarcar, se pone al frente del grupo que cruza el Mato Grosso. Del medio centenar de mujeres que habían zarpado llegan solo diez”.

Quizá la única trayectoria que se impuso al olvido fue la de Catalina de Erauso, la singular monja alférez. Su asombrosa vida se transmitió y agrandó en diversas obras, que es la vía más directa para abrirse un hueco en la eternidad. Erauso, novicia en un convento español, zarpó para América, donde luchó vestida de soldado en un sinfín de combates que acabaron granjeándole el respeto de compañeros y superiores. Todas sus vulneraciones de la norma fueron toleradas. Incluida su sexualidad, porque Erauso jamás ocultó sus preferencias.

Pero éstas son sólo algunas de las mujeres que estarán presentes en esta exposición. Para descubrir a otras muchas más, qué hicieron y cómo fueron sus aventureras vidas habrá que ir al Museo Naval ( Paseo del Prado, 5 – Metro Banco de España).

La exposición se inauguró el lunes 21 y permanecerá abierta hasta el 30 de septiembre, en horario de 10 a 19 horas, de martes a domingo. Por motivos de seguridad el desalojo de las salas comenzará 15 minutos antes de la hora de cierre.

Es necesario la acreditación con D.N.I o pasaporte para entrar.

Acceso para minusválidos, hay una silla de ruedas a disposición del público.

El Museo no dispone de consigna.

Para más información: Museo Naval 




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